Mucho antes de convertirse en el Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio usó bata de laboratorio y manipuló sustancias químicas para analizar alimentos. En 1953, a los 17 años, egresó como técnico químico de la Escuela Técnica Industrial N.º 27 “Hipólito Yrigoyen” en Buenos Aires, Argentina. Durante un tiempo trabajó en el laboratorio Hickethier-Bachmann, una empresa que se dedicaba al análisis bromatológico de productos alimenticios. Allí se familiarizó con los procesos que garantizan la calidad y la seguridad de lo que comemos.
En una entrevista para el libro El Jesuita, escrita por Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, el propio Bergoglio narró que, antes de ingresar al seminario, trabajó en aquel laboratorio, en el barrio porteño de Barracas, especializada en análisis bromatológicos. Este contacto temprano con la materia alimentaria y los procesos químicos vinculados a la conservación, fermentación y composición de los alimentos «sembró una semilla que, aunque no germinó profesionalmente, sí dejó una huella en su visión del mundo».

Aunque su vocación religiosa lo llevó pronto al seminario, este primer contacto con la química no fue en vano. El Papa Francisco confesó en varias entrevistas que disfrutaba mucho su trabajo en el laboratorio, en especial porque le enseñó el valor de la precisión, el método y la humildad científica. No es casualidad que, como Papa, haya sido uno de los primeros en colocar la ciencia en el centro de su discurso ecológico y social.
Su sensibilidad hacia el alimento trasciende lo espiritual. Denunció con fuerza el desperdicio de comida y llamó a repensar los sistemas alimentarios desde una perspectiva ética. «El pan que se tira es pan robado al pobre», mencionaba con frecuencia.
Aunque su camino tomó otro rumbo, la etapa de Jorge Mario Bergoglio como técnico químico en alimentos no fue una anécdota menor. Al contrario, fue el primer lugar donde desarrolló una mirada analítica, meticulosa y profundamente humana, de acuerdo a sus propias palabras para el libri El Jesuita.